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El género fluido: la identidad de una persona no depende de sus genitales

El género fluido: la identidad de una persona no depende de sus genitales

El género fluido: la identidad de una persona no depende de sus genitales

En un lugar invisible e intocable habita la identidad. Esta conciencia enigmática, sin ley matemática, atiende a las reglas de la naturaleza: nace, crece (o, mejor, evoluciona) y vuelve al lugar del que llegó.

En una clasificación binaria y reduccionista, podríamos decir que hay dos tipos de personas: las que avanzan por la línea recta de lo previsible (identidades rígidas) y las que oscilan, las que atienden a las pulsiones internas (identidades fluidas). Una de las grandes intelectuales del siglo XX, Carmen de Burgos, describió este sentir en su Autobiografía:

«Mi vida es compleja; varío de fases muchas veces; tantas que me parece haber vivido en muchas generaciones diferentes… y yo también he cambiado de ideas… de pensamientos… ¡Qué sé yo! Me río de la unidad del «yo», porque llevo dentro muchos yoes, hombres, mujeres, chiquillos… viejos… se pelearían si discutiesen con alguno… pero les dejo que venza el que más pueda, y que haga cada uno lo que le dé la gana… ¡todos son buenas personas!».

Era la España de 1909: la mentalidad de entonces no podía ir más allá. Fue en la isla de Inglaterra donde se dio un salto bravo. En 1928 Virginia Woolf publicó un libro asombroso titulado Orlando.

Aquel hombre despertó una mañana. Se estiró, «Uuaaah…», se levantó de la cama y su desnudez dejó ver que ahora, de pronto, era una mujer. No sería extraño que hubiese dado un respingo; ni se inmutó. No cambió quién era: ni su personalidad ni sus recuerdos. Lo único que se vio obligado a considerar fue el dictado social: a él siempre le habían gustado las mujeres, ¿tendrían que gustarle ahora los hombres?, ¿tendría que rechazar a la mujer que amaba?

«La conciencia de que ahora los dos eran del mismo sexo no tenía ningún efecto. Lo que hizo fue avivar los sentimientos que había tenido como hombre», escribió Woolf. «La oscuridad que divide a los sexos desapareció, y (…) este amor ganó en belleza lo que perdió de falsedad».

La escritora planteó asuntos de susto. ¿Está la identidad de una persona agarrada a sus genitales como si fuera una garrapata o puede cambiar a lo largo de la vida? ¿Amamos a alguien por lo femenino o lo masculino, o lo amamos por quién es? ¿Es la identidad de género inmutable o puede fluir, cambiar, igual que las ideas, los gustos y las mareas?

A finales del XX, el mundo binario de hombre o mujer, el mundo bíblico de Adán y Eva, el mundo «normal» de la heterosexualidad, reventó en mil pedazos y millones de personas, asfixiadas, encontraron un lugar al fresco en la palabra queer. De ese hartazgo en mil pedazos han ido reclamando su identidad gais, lesbianas, bisexuales, transexuales, intersexuales, transgénero y tantos más que no se ven en el género que les asignaron al nacer.

La opción de «GéneroFluido»

Llegó después el género fluido: personas que no acaban de estar cómodas en la etiqueta de mujer ni en la de hombre (puede que ni siquiera género fluido sea la más apropiada). «Hay una lucha por usar una nomenclatura positiva. Lo interesante es destacar lo bueno. Por eso ahora también lo estamos llamando género creativo. Porque apunta a la inteligencia y esa es una característica valorada en la sociedad», explica el doctor en Sociología y licenciado en Psicología Lucas Platero.

Algunas de estas personas dicen sentir los dos géneros a la vez (el femenino y el masculino). Otras dicen que ni lo uno ni lo otro: su género es neutro. No hay fórmulas exactas; las variantes son infinitas. Pollo, de 18 años, pelo corto, mechas rosas y amarillas, describe el género fluido como su «realidad». «Yo no me siento hombre pero tampoco soy mujer. A veces me identifico como mujer, otras como hombre, e incluso tengo etapas, como en la que vivo ahora, en la que no me identifico con ninguno, y simplemente soy».

—¿Crees que muchas personas entienden qué es el género fluido?

—No, puede que la mayoría haya escuchado el término en algún momento, pero realmente no sabe qué es y hay que explicarle todo desde cero. La mayoría de las personas con las que me he encontrado lo han entendido perfectamente, pero también es porque mi entorno está muy metido e implicado en estos temas. Pero falta información, falta educación en las escuelas y falta empatía por parte de la sociedad —explica Pollo—. En mi entorno ha sido fácil aunque tampoco lo he tenido que decir muy alto, aunque desde aquí daré la sorpresa a más de una persona. A veces me siento en el punto de mira, y esto no debería de ocurrir. El binarismo fue inventado para poder colocarnos y dividirnos en casillas. No pido perdón por no encajar en ellas.

Esta forma de pensar es más habitual entre los jóvenes; casi impensable en una persona mayor, educada entre cadenas sociales y religiosas, y aterradas por el qué dirán. «La gente joven, los que tienen entre 14 y veintitantos años, tienen una percepción de sí mismos diferente a las generaciones anteriores. No se quieren aferrar a las categorías que han pensado otros para ellos, ellas y elles», indica Platero. Aunque cambiar la mentalidad de una sociedad es un esfuerzo titánico.

—En vuestros estudios sociológicos, ¿qué tendencias de futuro véis?

—El género va a seguir siendo muy importante —opina Platero—. Algunos partidos políticos están haciendo muchos esfuerzos por apuntalar las ideas más conservadoras. En realidad, es una discusión sobre los roles: sobre el amor romántico, los cuidados… La sociedad todavía es profundamente machista.

La sexóloga Juncal Martínez cree que «el género fluido es una respuesta a la sociedad binarista». Está convencida de que estamos viviendo un cambio social muy rápido y muy importante: «Hoy puedes ver chicos adolescentes maquillados por la calle. Muchos jóvenes quieren vivir su identidad sin un opuesto». Es, además, un fenómeno «muy de internet». Ahí nacen y crecen nuevos grupos identitarios; ahí hay un disparadero de etiquetas de toda clase.

—¿Por qué están surgiendo tantas etiquetas y tan específicas como demisexual, pansexual, alosexual, skoliosexual, androginosexual, lumbersexual…?

—Los jóvenes necesitan una identidad y ahora se mueven en una escala de grises muy amplia. Apuntan muy fino.

Juncal Martínez dice que la feminidad y la masculinidad están dentro de todas las personas. «Nos movemos en un continuo. Tú, con tu masculino y tu femenino, te vas construyendo. Tu vivencia es la tuya y es totalmente legítima. Somos la persona que vamos queriendo ser».

Esta última frase de la sexóloga lleva a una escena que puede parecer anecdótica, pero es histórica (evolutiva), por lo que representa en el cambio de mentalidad de la cultura occidental. El modelo y actor australiano de género neutro Ruby Rose contó a Cosmopolitan que cuando era pequeña, a muchas personas les costaba saber si era una niña o un niño.

Un día, de camino al colegio, alguien se acercó a su madre y le dijo: «Disculpe, no podemos averiguar si su hijo es una niña preciosa o un niño guapo». La mujer, inteligente y abierta de mente, preguntó a Ruby Rose: «¿Tú qué opinas?», y ella, que también se sentía él, respondió: «Soy un niño guapo, pero también puedo ser una niña preciosa si quiero».

En los documentos:

Solo Femenino y Masculino

En México, se legisla sobre la Identidad de Género desde el 2009 y se han logrado importantísimos avances sobre los derechos LGBTTT no sólo desde una perspectiva jurídica, sino también social y subjetiva, impulsados por la CONAPRED, la Suprema Corte de la Nación y la CNDH, el Gobierno Federal y algunos gobiernos estatales.

Como resultado, entidades federativas, la Ciudad de México, Nayarit, Michoacán, Coahuila, Colima e Hidalgo son las únicas que actualmente contemplan un procedimiento para que las personas trans puedan rectificar su acta de nacimiento para que refleje su identidad de género. En el resto de los estados, dada la inexistencia de reformas al código civil local o leyes locales que reconozcan el derecho a la identidad de género, es necesario contar con una resolución favorable de un juicio de amparo en la que se retomen los argumentos que la Suprema Corte de Justicia de la Nación plasmó en el Amparo Directo Civil 6/2008.

Sin embargo, hasta el momento sólo se contemplan las opciones de identificarse como hombre o mujer.

En la documentación oficial española tampoco hay más opción que ser hombre o mujer. El apartado de «sexo» del DNI se rellena en función de los genitales: F (quienes tienen vagina) y M (quienes tienen pene). Pero hace tiempo que suenan voces discordantes: no se ven ni en la F de femenino ni en la M de masculino.

El PSOE, en respuesta, ha propuesto modificar la «Ley 3/2007 para la igualdad efectiva de mujeres y hombres» con el fin de que las personas que no se sienten mujeres ni hombres puedan marcar la casilla del sexo con una X.

Pero, además, esta propuesta da un paso necesario: desvincula el género neutro de la enfermedad. Indica que no será necesario un informe psicológico ni una operación de cambio de sexo para que una persona pueda marcar la X, según informó el periódico ABC el pasado febrero.

Australia fue el primer país en reconocer el género neutro en los documentos oficiales. Ocurrió en 2011. Un año después lo aprobó Nueva Zelanda y le siguieron Dinamarca, Malta, Argentina, Holanda… En otros países van con cautela. En Alemania, por ejemplo, no les basta con lo que siente un individuo; atienden a la biología: solo admiten el «tercer género» para las personas intersexuales (las que nacen con rasgos sexuales ambiguos entre la mujer y el hombre).

Lo interesante de este asunto es el debate que genera, dice el sociólogo Lucas Platero. «En Alemania, el Gobierno incluyó la casilla del tercer género como algo guay. Pero una colega alemana me dijo que a muchas personas no les gusta porque lo sienten como si fuera la casilla de lo diferente. Ese “no lugar” del que habla [el activista transgénero] Mauro Cabral puede ser una forma de patologizar».

En la ciencia:

La identidad de género deja huellas en las células

La sociedad impone dos tipos de conducta en función de los genitales: en eso se basan los roles de género. Y la gran mayoría los acata para que la sociedad los acepte. Pero unos neurocientíficos de Georgia State University acaban de publicar un estudio que dice que los roles de género afectan también a las células del cerebro.

«Estamos empezando a comprender y a estudiar las formas en las que la identidad de género, más que el sexo, puede incidir para que el cerebro sea diferente en mujeres y hombres», explicó Nancy Forger, la directora del Instituto de Neurociencia de esa universidad, a Science Daily. «El sexo se basa en factores biológicos como los cromosomas sexuales y los órganos reproductivos, mientras que el género tiene un componente social y conlleva expectativas y comportamientos basados en la forma en la que percibimos el sexo».

Estos neurocientíficos aseguran que las conductas relacionadas con la identidad de género pueden verse en «marcas epigenéticas» que quedan en el cerebro y que pueden repercutir en la memoria y el desarrollo de enfermedades. La información pasa de célula a célula cuando se dividen en el interior de un cuerpo y pasa también de generación en generación: de padres a hijos.

«Estamos acostumbrados a pensar en las diferencias entre el cerebro de una mujer y un hombre. Pero no pensamos en las implicaciones biológicas que tiene que asumir una identidad de género», indicó Forger. «Ya hay suficientes pruebas que sugieren que el género de una persona deja una huella epigenética».

En el lenguaje:

El género en nuestro leguaje

El idioma español ve el mundo partido en dos: lo femenino (una silla, una mesa, una lentejuela) y lo masculino (un sillón, un pupitre, un botijo). ¿Por qué la lentejuela es hembra y el botijo hombre? ¿Por qué ha de tener un género un recipiente para beber agua? Podría no tenerlo y no cambiaría nada: el agua seguiría saliendo fresquita si el botijo estaba a la sombra.

Hace unos años entró en el lenguaje una -e cascabelera. Se situó al final de las palabras, donde antes había una -a o una -o. Era el reflejo de una visión del mundo donde hay muchos más neutros: niñes, hermanes, compañeres. El lenguaje pertenece al que lo habla, pero muchos, al oírlo, pillaron una irritación de espanto. ¡En nombre de «la norma»!, decían, ¡de «la santísima norma lingüística»! ¿Es el deber de la élite sociocultural atar el lenguaje a su antigüedad? ¿Imponemos al progreso social la visión del mundo de la élite lingüística?

En Suecia, el género neutro no les pareció tan delirante. La última versión del diccionario de la Academia sueca, editada en 2015, incluye un nuevo género, hen, para las personas que no quieren identificarse con el femenino (ella: hon) ni el masculino (él: han). Hacía tiempo que lo pedían las feministas: en los años 60 acuñaron la palabra hen como una opción inclusiva frente al genérico masculino y una alternativa más pragmática al cansino «ellos y ellas».

El término corrió por círculos feministas y académicos. No más allá. Apenas tuvo resonancia hasta que llegó el siglo XXI. Entonces, impulsado por los colectivos transgénero y transexuales, se convirtió en una voz políticamente correcta y hoy aparece en documentos oficiales, ensayos académicos, libros escolares.

Aunque en España aún levanta sarpullido, ha habido gestos amables hacia el neutro. En el Orgullo LGTB IQ+ del año pasado, la entonces alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, inauguró las fiestas con un «Queridos, queridas, querides» y anunció: «Ya no vale la a o la o. También está la e. ¡Viva la diversidad!».

A Lucas Platero la -e le parece «muy valiente». El investigador en Psicología social ve un cambio generacional importante: «Los jóvenes se han encontrado con un lenguaje que ellos no han decidido y han visto que no les sirve. Esa -e es una transgresión: una forma de molestar, un espacio de libertad y un modo de satisfacer sus necesidades para expresarse mejor».

En el idioma gráfico universal:

Los emojis de género neutro

Pasar del mundo simplista de Adán y Eva al mundo real de las mil formas de vivir llevará tiempo. Pero ya no es una visión aislada. Ha entrado en los documentos, en la Academia sueca y empieza a verse en los emojis. ¿Anecdótico? Ni mucho menos. Los emojis son el lenguaje universal: el idioma de los sentimientos, del humor, de los estados de ánimo.

Hace apenas un mes la revista Fast Company publicó un artículo que destacó como exclusiva y al que dio cierto aire de bombo y platillo. El titular decía: «Google lanza 53 emojis de género fluido». El paso es importante; tener en cuenta que muchas personas no quieren identificarse con un dibujo de mujer o de hombre dice mucho de lo que está pasando.

Estos emojis lanzados aún en beta para Android Q tienen cortes de pelo que podría llevar una persona de cualquier género. No visten ropa que los identifique como mujer (una falda, por ejemplo) ni como hombre (una corbata, por poner). En palabras de Google, son «diseños que tratan de ser más representativos», «diseños no binarios para emojis que se definen como ‘sin género’».

Fuentes: Redacción  /  Yorukubu / INE

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